Ansiedad

Existen básicamente dos tipos de ansiedad patológica: una en la que la sintomatología aparece de forma súbita, en forma de crisis; la otra surge de forma más gradual y duradera. 

En el primer caso, la persona siente el brusco e intenso temor de que algo malo va a sucederle de modo inmediato, como desmayarse, morir o volverse loco, lo que conlleva el miedo de que esta crisis pueda presentarse en circunstancias donde no se pueda recibir ayuda o que otras personas sean testigos de esta debilidad. La duración de estas crisis varía de un individuo al otro y en diferentes momentos y se les Ilama *crisis de pánico".

Otro tipo de ansiedad patológica se presenta de manera menos intensa, pero la sintomatología se manifiesta de forma persistente en el tiempo. La preocupación exagerada, vaga indefinida, el estado de alerta excesivo sobre el medio y la tensión muscular se mantienen en lapsos percibidos como desagradables durante largos periodos.

El ser humano en general requiere de cierta cantidad mínima de ansiedad, ya que esta le sirve como motivación para actuar en la vida, ponerse metas y trabajar para alcanzarlas, así como para luchar contra las adversidades de la vida. Sin embargo, cuando los niveles de ansiedad rebasan ese límite, comienza a aparecer sufrimiento en el individuo, que ya en grados muy altos incapacitan a la persona, puesto que empieza a evitar lugares o situaciones ansiógenas.

La ansiedad patológica tiene múltiples causas, pero lo más importante es destacar que existen diversos tratamientos psicoterapéuticos con magníficos resultados que evitan el sufrimiento y permiten la recuperación de la persona.

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La ira es uno de los sentimientos más agotadores e inútiles del ser humano. Provoca un malestar intenso y continuo, la capacidad para razonar disminuye, el nivel de atención baja, se cometen errores que estando tranquilo no se cometerían, se agrede las personas que no se lo merecen, las relaciones sociales se tornan difíciles, se recibe rechazo, etc. La lista de desventajas puede ser muy extensa.

Está científicamente comprobado que no son los hechos en sí mismos los que nos provocan las emociones, es lo que nosotros pensamos de los hechos lo que nos provoca la emoción. Vale la pena dedicar algunos momentos cada día para reconsiderar esto, ya que, si logramos modificarlo, nuestra vida y la de los demás podrá ser más tranquila y feliz. Veamos algunos tipos de pensamientos que podemos reconsiderar:

Ira



La ira no ayuda a largo plazo, solo es efectiva en el momento.

Probablemente ante tu explosión de ira los demás cambien su actitud hacia lo que tu deseas, pero solo será para salvar el momento y no será de manera permanente, por otra parte, lo que puedes lograr con esto solo servirá para que las demás personas se sientan lastimadas y se retiren de ti.

Mirar hacia los demás frecuentemente no me permite obtener lo que quiero.

Es más probable que provoques en el otro una reacción contraria por la manera inadecuada de tratarlo.

Yo deseo que los demás me traten justamente, pero esto es dentro de mis propios parámetros, no de los de los demás.

Es muy importante darnos cuenta, que no todos pensamos de la misma manera, que existen diferentes puntos de vista y que lo que nosotros pensamos y deseamos no obliga a todos los demás a compartir nuestros conceptos.

Aunque es desagradable no poder obtener lo que quiero, rara vez es tremendo e intolerable.

En muchas ocasiones, nuestras demandas son egoístas y exageradas, y los demás no tienen obligación de tolerarnos y debo aprender a aceptarlo.

Si recapacitamos sobre estas pocas reflexiones, encontraremos que nuestra ira, en la mayor parte de las ocasiones, es injustificada, inútil y muy desgastante, además de que nos puede convertir en una persona poco agradable para los demás y nos puede conducir a terminar en la soledad.

¿Qué te parecería si en lugar de ver el mundo así, pudieras decir:

Yo puedo vivir y ser feliz con las debilidades de mis semejantes.